2008/11/14

On/Off (#10: Off - fin)


Qué bonita. Dos listones de madera unidos con otro en la parte trasera, a modo de sustento de la estructura, dispuesto oblicuamente, del que pende la cuerda que sujeta el delicioso metal bien afiladito. Sesenta kilos de afilado metal. Bueno, no sé, la verdad es que serán sesenta kilos o vete tú a saber. Pero el metal bien afiladito. Algunas incluso tenían una pequeña silla en la que poder sentarse antes de recibir el impacto. De madera, claro. Sólo faltaba que estuviera forrada con una suave y acolchada tela. Pero eso ya sería la hostia; pedir demasiado. Un aparato muy romántico ¡Pero qué jodídamente buenos eran los franceses inventando cosas! Pero, claro, ya, ya, ya. No puedo conseguir una ¿Y si me llevara una de un museo? Imposible; pero qué gilipolleces se me ocurren. El Gran Markus está espesito hoy. Con lo bonito que está el cielo. Este aroma que penetra por los poros de mi piel. Hacía tiempo que llevaba esperándolo, aunque sólo sea para poder disfrutarlo por última vez. Deliciosa brisa, temperatura ideal, da gusto ¿Y si sobornara al vigilante de un museo que tuviera un buen ejemplar? Menuda mierda, encima estoy sin un céntimo. Nada.

Markus había estado deseando desde hacía doce larguísimos años terminar con este asunto. Pero no le valía cualquier manera. Tenía que ser a su salida de la cárcel. Quería purgar todas las culpas, todos los malos actos, las necedades de su vida, toda su fútil grandilocuencia. Y ello sólo lo pudo conseguir tras doce años de penitencia y castigo. Era eso. Pero ahora era feliz.
¿Y si me hinchara a comer hamburguesas? Sí, eso haría, comer, merendar, cenar unas deliciosas Big King o Doble Cheeseburguer o Doble Wooper. Todo tamaño XXL, claro está. Con gran cantidad de patatas fritas y todo bien regado de las deliciosas salsas. También tendré que comerme todos los postres, Sandy, Bownie, tartas. Y las ensaladas ¡Prohibidas! No volvería a comer lechuguita en toda su vida ¡Joder! ¡Esto me puede llevar semanas! Y encima no tengo pasta. Nada.

Había hablado alguna vez con Alicia. Desde la cárcel y una última vez al salir. Varias asépticas visitas. Se había casado con un muchacho decente, camionero de profesión. Pasaba largo tiempo fuera de casa, que era lo que a ella le gustaba, tiempo para sí, mucho tiempo, pero alguien cercano con quién sentirse protegida. Yo nunca pude hacer eso ni estar a la altura. Y cuanto más manipulable, mejor. Podía matarla, y a su marido, y a sus hijos, si es que los tuviera. No. Eso pertenece a mi vida pasada. Ya he purgado todos mis malos actos. De ahora en adelante seré un buen muchacho. Bueno…en las próximas horas.

¿Hacerme adicto a las drogas? Demasiado tiempo ¿Inyectarme aire en las venas? ¿Cómo? ¿Ponerme delante de un tren? No quiero provocar un descarrilamiento ¿Llenar la bañera de agua y tirar el secador de pelo encendido? Necesito ayuda y quiero hacerlo sólo ¿Aventarme desde un puente? Uhmmm ¿Ahorcarme? Poco romántico, demasiado vulgar ¿Irme a una montaña en bermudas y esperar a que se me congelen los miembros y todo el tejido cerebral? Menuda idea de mierda. Markus, estás espesito hoy, sí.

San Bernardo. Gran Vía, giro a la derecha. Plaza España. Recuerdos, nostalgia, añoranza de tiempos mejores por estas calles. Fin de Plaza España. A la derecha, sí, por aquí era. A ver si tengo suerte. Bailén. Diez minutos. Casi veinte minutos. La recordaba más cerca.
Era las seis y treinta y siete minutos. La misa estaba en mitad de una lenta letanía. Siempre le había gustado: La Almudena, su majestuosidad, sus grandes dimensiones, esa imponente presencia en medio de la ciudad. Como él lo fuera en otro tiempo. Hacía ya mucho tiempo, demasiado tiempo para una vida finita. Se sentó en uno de los últimos bancos, a cierta distancia del feligrés más próximo. Se arrodilló. Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre ¡Coño, todavía me acuerdo! Rezaré un Padre Nuestro y un Ave María. No, rezaré varios. Hasta que acabe la misa. Un último acto de contrición nunca está de más. Así me quedaré tranquilo ¿Y si me confesara? Markus, Markus, tampoco te pases. Una cosa es quedarte a gusto contigo mismo y otra hacer el panoli.

Qué curioso. Por fin esos libros que tantas veces leí y releí me aportan claridad a mi situación. Como Hemingway, Virginia Wolf, Maupassant, London. El suicidio como forma de fracaso, locura o lucidez. La alquimia de la existencia. La razón de Nuestro Señor: no hay creación sin destrucción. Mírales que majos. Y yo acabaré como ellos, el Gran Markus.

Las eligió de todo tipo. Aún le quedaba algún amigo que lo pudiese ayudar en estas sus últimas horas de tristeza y felicidad. Amarillas, rojas, azules. Transilium, Cloracepan. ¡Qué buena pinta que tienen las condenadas! Se tumbó en la cama del piso en el que vivía hace mucho tiempo ya, cuando era el Gran Markus. Al menos eso le quedaba. Es así. Al menos eso le consolaba. No quiso pensar qué hacer con el piso, sus libros, el material discográfico y demás pertenencias afectivas. El efecto comenzó por las piernas. Fue subiendo por el tronco y en menos de cinco minutos empezó a adormilar el cerebro. Depresión respiratoria, hipotensión aguda, rigidez estomacal, coma, muerte Qué paz. Qué descanso, pensaba Markus. El Gran Markus. Le encontrarían tieso y frío, pero con una gran sonrisa en la boca. Puede que saliese en la portada de los periódicos ¿Puede? ¡Seguro! Del Gran Markus la gente no se olvidaría tan rápidamente.


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