2008/11/06

On/Off (#08)

- Hola, soy Markus.
- Hombre, Markus, ¿Qué tal te va?
- No me puedo quejar.
- Sabía que me volverías a llamar. Eres un tipo de fiar.
- Eso creo.
- ¿Qué tal si quedamos en Montoro para tomar un copa y charlar un rato?
- Perfecto.
- Pues estate allí a las seis. En la terraza.
- Allí estaré.

Faltaban tres horas para las seis. No había comido. Bajó por la calle de San Antonio y cruzó hacia Quevedo. Probó en Vips, pero estaba lleno. Avanzó por Fuencarral hasta el Rey de los Tallarines. Pidió mesa. Cuarto de hora, le dijo el encargado.

- Una cerveza, Emiliano, por favor.
- Hace mucho que no te dejas caer por aquí. ¿Todo bien?
- Sí, Emiliano, he estado ocupado.
- Tú nunca estas muy ocupado, Markus.
- Pues ya ves, ahora sí.
- Ya me han contado lo de Alicia, así que no pregunto por ello.
- Mejor. Gracias.
- ¿Vienes a comer?
- Acabo de pedir mesa. Cuarto de hora me ha dicho el chico de la entrada al comedor.
- ¿Pero cómo? ¿Por qué no me lo dijiste al entrar? Pareces nuevo, Markus. A Arturo lo hemos contratado hace poco. Llevará un mes.
- Tendré que venir más a menudo –Markus sonrió y provocó una sonora risa en Emiliano. Siempre se habían entendido a la perfección. Se conocían desde mucho tiempo atrás.
- Ahora mismo lo soluciono. Pero hombre, ¿cómo no va a haber una mesa libre?
- Tranquilo, Emiliano. Prefiero esperar. No tengo ninguna prisa y me vendrá bien tomarme tranquilamente esta cerveza – mientras decía esto ya prácticamente había vaciado el botellín.
- Toma, ésta invita la casa.
- Muchas gracias, Emiliano.
- Faltaría más. A ver si así te animas a venir más a ver a tu amigo Emiliano. Que los amigos están para eso.
- Prometo volver pronto, de verdad.

Markus agarró el botellín y pegó un largo sorbo del gollete.

Comía mientras leía el periódico. No le gustaba entablar conversaciones superfluas. Unos tallarines, una líneas. Siempre le había gustado comer así. Incluso cuando vivía con Alicia. Ahora lo hacía por necesidad, como modo de evasión. Demasiadas cosas en la cabeza. Pagó la cuenta. Departió un poco con Emiliano y salió a la soleada tarde. Se ajustó el sombrero. Se había convertido en indispensable. Se sentía más seguro con sombrero. Más importante. El importante Markus. Markus Fernández. Sería respetado. Se acabó eso de ir con la cabeza gacha. El gran Markus Fernández. A partir de ahora iría con la cabeza bien alta. Miraría con fijeza a los ojos de la gente y él, el Gran Markus Fernández, no la desviaría el primero. Has oído hablar de Markus, se preguntaría la gente. Pues claro, como no le voy a conocer. Todo el mundo ha oído hablar de él.
Siguió por Fuencarral y entró en una cafetería a tomar el café. Con hielo, Bayleis y bien frío. Lo tomó a sorbitos, como lo hace la gente con clase, con tanta clase como él, como el gran Markus. A las seis en punto llegó a la terraza. Meandro estaba esperando. Tenía un cocktail a medio beber.

Iba con un traje oscuro, enfundado en una gabardina marrón claro. Los zapatos no demasiado brillantes ni limpios, prefería pasar lo más inadvertido posible. La cita era a las diez de la noche. A esa hora la calle estaría vacía. Ni un alma. Más me vale que sea así o estaré bien jodido, pensó Markus. Se apostó en la esquina del Doolitle. Esperó. Se encendió un cigarrillo. Cuatro profundas caladas y al suelo. Estaba nervioso. Demasiado nervioso para hacer el trabajo correctamente. Tranquilízate Markus. No tienes que tener miedo de nada. Estate tranquilo. Eso, así, así, así, mejor. Otro cigarrito. Venga, ánimo, Markus, eres grande. Tenía la Ruger calibre 9mm Parabellum en el bolsillo. Seis balas. Esperaba no tener que hacer uso más que de una. Dos en el peor de los casos. Había estado entrenando, pero claro, el muñequito de cartón no es lo mismo que un tipejo de carne y hueso.
El humo surgió cálido del cañón formando volutas hacia arriba y fue deslizándose lateralmente hacia la izquierda por el impulso del viento. No le tembló la mano. Un certero disparo en la frente y faena finiquitada. Como un torero. Sí señor. Como el gran Markus Fernández que era. Trozos de sesos se habían esparcido por toda la pared. Se deslizaban suave y humeantemente hacia el suelo.

Markus se sentó y pidió una cerveza. No quería un cocktail. Sabía que el tema era importante y tenía que estar atento. Nada de alcohol fuerte.

- Las seis en punto. Así me gusta. Es una de las primeras cualidades que observo en la gente con la que trabajo. La puntualidad. Ni antes, ni después, a la hora. Ése es mi lema, Markus.

El Gran-Bibendum ofreció un puro a Markus que rehusó. Bebieron.

- Haces bien. Este maldito vicio me va a matar. Yo ya soy viejo, pero tú, Markus, te tienes que cuidar. Tendrás que llegar a mi edad, esperemos.

Markus sentía repugnancia por aquel soberbio viejo, gordo y asqueroso. Pero era el jefe. Y menudo jefe. Así que a reírle sus malditas gracias. ¡Qué remedio!

- Llevas tiempo trabajando para mí. Bueno, no demasiado. Pero estoy muy contento contigo. Apuntas buenas maneras. Ya es hora de dar el salto definitivo. Vas a ganar mucha pasta, muchacho.
- Haré lo que me encargue.
- Sabes que mi tiempo vale dinero. No me gusta malgastarlo. Así que iré al grano.
- Como usted quiera.
- La cosa es sencilla.
- Usted dirá.
- ¿Te acuerdas de aquél que te encontraste en Irrigorri, Rosales? El que te encargó que recogieras un paquete. Sí, el de las mariposas, ese paquete y ese tipo, sí. Pues bien, me está dando problemas. Demasiados problemas. Necesito que te lo cargues. Yo te diré cómo, cuando y dónde. De eso no te preocupes. Tengo todo coordinado para el que el trabajo sea limpio. Es un tío muy metódico, por si no te habías dado cuenta. Siempre toma sus copas en los mismos lugares. Come y cena en los mismos sitios. Sale y entra en su casa a la mismita hora todos los días.

A Markus se le heló la sangre. Contuvo el rictus de su cara para minimizar el impacto que en su rostro le había provocado la noticia. El encargo, maldito encargo. Estuvo meditando unos segundos. La sangre le recorría las arterias del cerebro a toda velocidad. Se le subió el cocktail que no había pedido. Menos mal, pensó. Lo haría. Ya todo le daba igual. Menos una cosa. Y si quería seguir siendo el gran Markus, el tipo al que todo el mundo conocería y respetaría, el tío que tendría que rechazar a chicas por no poder dar abasto, tendría que realizar el encargo. Mucha pasta. Mucha más de la que nunca había tenido. Y mucha más pasta por venir. Claro que haría el encargo. Al fin y al cabo seguro que ese tipejo se lo había buscado.


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