2008/11/18

Lápices



Las nueve y un minuto. Llegada estimada a la estación de trenes de Chámbery a las doce y dos minutos. Aún quedaba tiempo. Apuró el café con leche. Pagó dos francos a la camarera de la cafetería del tren. Quédese con el cambio, por favor, le dijo Lencit. Se guardó el periódico del día anterior bajo el brazo, dio media vuelta y se dirigió a su vagón. Estiró, mientras caminaba con torpes movimientos provocados por el traqueteo que la fricción de las ruedas del tren provocaban en su desplazamiento por los raíles dispuestos a tal efecto, el cuello y la espalda que, tras haber dormido casi siete horas en encorvada postura en la litera de su vagón, se le habían quedado el uno dolorido, la otra entumecida, notando en su movimiento arrítmico cada una de las vértebras de su espalda. Se acomodó en el sofá –ya habían arreglado los vagones y deshecho las literas- y se alegró de la suerte de que nadie en ese momento estuviera en su vagón. Estarían desayunando. O lavándose. O estirando las piernas. O fumando unos cigarrillos. Daba igual, completamente igual, el caso, es así, de hecho, que estaba sólo y podría disfrutar un rato íntimamente de su trabajo.

Muchos de ellos los había comprado Lencit. Unos en viajes, otros por catálogo, algunos en tiendas. También le habían regalado muchos. Aunque lo que realmente le gustaba era adquirirlos a él. Disfrutaba inquiriendo en las tiendas, en los lugares más remotos en los que podría encontrar el modelo indicado, aquél que todavía no tenía, aquél que poseía una cualidad determinada o, simplemente, aquél que le apetecía en ese momento adquirir. Nunca compraba compulsivamente. Rara vez más de una o dos unidades por compra.

De grafito, de acuarela, de grasa, de crayón, de carbón de leña, borrables, con goma de borrar en la parte superior, de colores, de rallado negro, estenógrafos.

A sus cuarenta y dos años su cuaderno de anillas de papel satinado, le había acompañado por todos los lugares por los que había estado realizando sus trabajos. Investigaciones de campo de todo tipo de hojas. Había recibido varios premios y galardones por su contribución a la taxonomía del mundo vegetal. Hojas aciculares, trasovadas, perfoliadas, escotadas; nomófilos, antófilos. Todo había quedado plasmado en su cuaderno. Dibujos y fotografías acompañadas de las pertinentes anotaciones técnicas y profesionales en aplicación de sus conocimientos sobre biología y geología.

1 comentario:

Anónimo dijo...

MMMmm, interesante inicio el de Lencit el coleccionista de lápices. Espero que no acabe igual de mal que el pobre Markus!!!

bss. Ana.