2009/02/06

Lápices (#07)


16 años.
Año 2019.

El devenir nos ha transformado. Mason celebra cumpleaños y Sharon Tate, y Lennon y Ono, y la calle Abbey y el submarino amarillo, y Arafat y la OLP, y Normandía y Eisenhower, y el Concorde y Toulouse, y el VIH y Estados Unidos. Otsuka aún no existía hace 50 años, ni Sebastián, ni las farmacéuticas se habían convertido en las empresas con la mayor facturación anual a nivel internacional, y ni posible era pensar en que coches y aviones utilizaran combustibles alternativos al petróleo, dejando éste de ser la piedra angular del poder político y económico, ni los huesos de Kerouac podrían sospechar que sus poemas se habían convertido en la moda juvenil, en una suerte de Beat-dreamt-love que arrasa en los Temporex de los jóvenes de medio mundo, ni que el conflicto de Palestina e Israel fue solucionado tiempo atrás, ni que las relaciones interpersonales físicas habían dado paso a las relaciones sociales virtuales del Mundiabook, ni, por supuesto, que el ping-pong había sustituido como deporte rey, en todo lugar posible, al fútbol.

Lencit también cumplía años, 58, aunque Sebastián no lo recordara en el asiento 37 B de su Espaciac 734 dirección Yakarta.

16 años.
Mucho tiempo, demasiado. Las ilusiones, esa fortuna de poder atesorar un futuro incierto pero prometedor, convertirse en ecce homo House que tanto le gustaba ver con sus padres en su adolescencia, él, el futuro salvador de vidas, concienzudo y perspicaz investigador, ese futuro Nobel de medicina, la sosegada templanza y modestia con la que recibiría las felicitaciones y el reconocimiento de los familiares de los enfermos a los que salvaría de las enfermedades más intrincadas, pensando, éste es mi deber, mi modesta aportación a la humanidad, ésto, fue metamorfoseando, ésto, sufrió una paulatina involución y un lento arrinconamiento en el lóbulo temporal de las emociones de Sebastián, sí, eso, en 16 años.

17 años.

Lencit y Sebastián iban sentados al final del Espaciac 734. El pelo de Sebastián se había vuelto blanco. El de Lencit hacía tiempo que decidió abandonar su cabeza. Comían cacahuetes salados, ligeramente tostados, y bebían una cerveza, todo cortesía de la casa.

La suerte estaba echada, ahora sólo quedaba esperar. Se sentían como Redford y Newman se hubieran sentido 50, perdón, ya 51, años atrás. Todo almacenado en la CP45. Las viejas libretas de Lencit, los lápices, la observación plasmada en papel habían pasado a formar parte de esa parcela de romanticismo que acumulan las personas cuando han vivido el suficiente tiempo, en ese momento crepuscular de balance e interiorismo. Aunque bien puede ser la causa un formato mucho más manejable, camuflado en el ano de Sebastián.

De Thierry supieron que había sido asesinado. La Police Nationale francesa lo daba por desaparecido, una vez más, alguién no encontrado. Caso en espera, caso que nunca se resuelve.

Ellos conocían el verdadero motivo de su muerte, pero ahí quedaría, en el tintero del olvido, de tantas cosas que, quizá, debieran haber aparcado en ese mismo lugar. Pero la “verdad”, la necesidad de mostrar al mundo todo el mal que Datie y Otsuko (y el resto de las farmacéuticas, no vamos ahora a ponernos moralistas y sensibleros y considerar que únicamente por ser el germen de todo el problema se pueda verter sobre ellos toda la ignominia que alguien, menos informado de lo deseado en estas cuestiones, pudiera considerar de justicia, soslayando toda la vorágine que, a nivel agregado, implicando a todo poder fáctico, la situación provocó) ha provocado, sigue provocando, han hecho imposible que este par de personas corrientes pudieran actuar en esa dirección.

De Yanimoro poca luz podremos aportar. Tres años escondido en la India, Indonesia, Uzbekistán, Turkmenistán, etc. Demasiado tiempo, también. Había decidido no seguir huyendo. Ahora se dedicaba a coleccionar insectos exóticos, de todas las especies y colores. Hay mentes capacitadas para soportar la presión y otras que, sencillamente, o no pueden o no quieren, y la suya pertenecía, al menos en el ya, a éstas últimas. Cuando lo encontraron en una cabaña de madera a orillas del Caspio, en una zona aislada de todo contacto humano a 50 km a la redonda, les proporcionó mucha información, información inequívocamente necesia ¿Verdad, Lencit? ¿No es cierto, Sebatián? Después de la segunda visita comprendieron que 50 km era demasiado espacio, una extensión terrenal de comunicación con la vida insondablemente insalvable. Era preferible que siguiera coleccionando insectos mientras su sinapsis se lo permitiera, u Otsuka o cualquiera otra, da lo mismo, la suerte, nuevamente, estaba echada.

17 años.

Barcelona. 19:47 horas.